Cuando me quedé
en la casa sentí que el tiempo se detuvo. Una corriente de aire fresco me
atravesó y pensé ¿qué pasa si abro los ojos y me dejo llevar? Todos asocian
dejarse llevar con cerrar los ojos, pero yo necesitaba abrirlos para mirar y no
quedar a la deriva.
Mi vida allá
afuera era como la de todos: Trabajaba y al final del día estudiaba. Tenía
planes de fin de semana y mi tiempo libre escaseaba. Entre muchos estaba solo, pero me sentía feliz
con tanta actividad.
Después de aquel día
pensé bastante acerca de si aquello era felicidad o estar tan lleno de todo que
no veía que ese no era yo. Una ilusión que funcionaba porque estaba ciego.
Recuerdo
claramente el día que amanecí sin planes. Ninguno. Algo en mi exploto y quebró
aquella armonía del estar viviendo sin mí. La cascara se rompió y se abrió un agujero
en mi pecho que creció de golpe y sin aviso. Como si un halo de luz hubiese caído
sobre mi iluminando mi ausencia de todo me vi inmerso en un letargo continuo de
días y noches que se sucedían sin fin.
Esa noche en particular me desperté de un sueño con una
sensación de ahogo profundo y de un salto me senté al borde de la cama. Eran
las 5 de la mañana y supe al instante que no debía intentar volver a dormir, así
que me levanté y después de dar vueltas por la casa desierta me vi a mí mismo
por primera vez: Una fachada sin nada detrás.
Aunque lo intente
no pude recordar el sueño, pero el sacudón que me levanto de la cama me hizo
reaccionar. El ahogo, como un pinchazo profundo en el centro de todo, me estremeció
y paradójicamente me sentí vivo; fue justo en ese instante que lo evitado empezó
a ser mi guía y mi nuevo punto de partida.
Los que me
conocen creen que estoy loco, pero desde el fondo de aquella angustia algo me
tranquilizo y sin mediar ningún aviso me encerré en la casa. Mi tarea paso a
ser encontrarme a mí mismo
No es que fuera
fácil. Todo lo contrario. Me pregunté muchas veces como paso, pero no tuve
respuestas. Solo sucedió.
Noches enteras me
desvele tomado por una pregunta insistente ¿Qué quiero yo? Eso repiqueteaba
constante en mi cabeza y la respuesta aun hoy sigue siendo “No lo sé”. Pero en
el proceso me fui convenciendo de que estar adentro me hace sentir seguro
porque ya no me tortura esa urgencia de saber que los otros allá afuera
despiadadamente me reclaman.
Replegado dentro
del caparazón el universo intimo se abrió como una flor. Me aleje del mandato
inapelable de agradar a los demás para poder descubrirme en múltiples formas
que me habitaban sin que lo supiera.
Eso me hizo
sentir muy extraño con respecto a quien yo era, una especie de objeto ideal para la cartera de la dama o el
bolsillo del caballero diría el viejo slogan utilizado para vender algo tan
útil como banal que se adapta para cualquier ocasión
A veces pienso en
salir, pero la sola idea me congela y no me deja seguir. Un caballo galopa en
mi pecho y se me mueve el piso. Frente a eso retrocedo. No he logrado encontrar
un modo de ser yo entre otros.
Entonces me quedo
solo.
Me da miedo
perderme.
Adentro estoy
bien.
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