domingo, 17 de diciembre de 2017

El robo


Aquel día pasó algo que no voy a olvidar. Fue una tarde de noviembre, a eso de las tres. Con el Ñato y Julián andábamos dando vueltas por el barrio, del otro lado de la calle, para ver que podíamos conseguir. Estábamos sin un mango y siempre algún pibe salía a la calle en medio de la siesta y esa era nuestra oportunidad.
A pesar de que andábamos armados, todos sabíamos que era solo para asustar, para que cualquiera a quien encaráramos nos diera lo que tenía sin discusión.
Ese día el barrio estaba tranquilo. Demasiado diría. Así que después de unas cuantas vueltas sin éxito, nos paramos frente a una ventana desde la que se veía como una familia terminaba de almorzar y levantaba la mesa en un clima tranquilo.
Nos quedamos un largo rato mirando, entretenidos con la visión de esos pibes con sus padres en un clima familiar de risas y complicidad que nosotros prácticamente desconocíamos. Estaba distraído viendo como el padre le daba un abrazo al mayor de los hijos, cuando el Ñato dijo
-“Está la puerta abierta, vamos a entrar”
Sin dudar un instante, saltó por arriba de la puerta de rejas de la entrada y sacó la traba, invitándonos a pasar. Julián pasó de una y yo dudé, pero el Ñato me dijo:
-“Dale, no seas cagón. No va a pasar nada”
 Pasé sin pensar más. Siempre que el Ñato decía que no iba a pasar nada, no pasaba nada.
Nunca habíamos entrado a una casa. Una sola vez a un kiosco, pero fue un segundo y salimos corriendo antes de que nadie se diera cuenta.
Recorrimos despacito el espacio que quedaba hasta la puerta abierta y casi sin hacer ruido aparecimos en la cocina en la que la madre lavaba los platos. A su lado, la hija mujer de unos quince años, le iba agarrando las cosas, las secaba  y las dejaba sobre la mesa. Un poco más allá, el padre intercambiaba comentarios de futbol con el hijo de unos diecisiete o dieciocho años.
Sentí un estruendo que me sobresaltó y en un abrir y cerrar de ojos vi al Ñato que estaba apuntando a la chica. Todo quedó en silencio por un instante. El ruido que había escuchado era del plato que se deslizó de las manos de la madre al ver a Julián a su lado con un arma y a su hija, un poco más allá, con un revólver en la cabeza.
Ese momento fue como una eternidad. Como si se hubiese detenido el tiempo y todos quedamos mirándonos sin emitir sonido alguno. Hasta que el Ñato gritó mirando al padre:
-“Dame toda la guita o la quemo”.
 Ese grito me electrizó. Recién ahí me di cuenta que esto era distinto. Pero no pude hacer nada más que quedarme quieto observando lo que pasaba a mí alrededor.
La madre lloraba y le pedía por favor al Ñato que no le haga nada a la hija. Julián sostenía el brazo de la madre mientras la apuntaba y les ordenó al padre y al hijo que se sentaran a la mesa.
El Ñato insistió al padre
-“Dame la guita, toda la guita ya”
Al contrario de lo que pensé, el padre muy tranquilo le dijo:
-“No tengo un mango pibe, ¿qué guita querés que te dé?”.
Julián llevó a la madre a la mesa, mientras el Ñato seguía apuntando a la hija que estaba pálida y temblaba. En un acto sin aviso, Julián agarró de los pelos al pibe y lo llevó a empujones al lado de la hermana que decía en voz bajita
- “No, por favor no”
Yo miraba, cada vez un poco más asombrado de lo que estaba pasando. Los dos hijos ahí, delante de los padres, cada uno con un arma en la cabeza.
Sin darme cuenta, le dije al padre:
-“Dale la plata, no dejes que los lastimen”
El chico miraba al padre y le suplicaba que le diera la plata así se iban.
Nuevamente el padre habló:
-“Ustedes están equivocados, acá no hay plata. Mejor váyanse antes de que venga la policía”
El Ñato estaba indignado con la tranquilidad del padre y se iba poniendo nervioso. Yo, que lo conozco desde hace mucho, empecé a temer que se le escapara un tiro, porque noté un leve temblor en la mano.
La chica empezó a moverse un poco y le dijo al Ñato
-“Me siento mal”
La miré, estaba más pálida todavía y cada vez temblaba más. Parecía que se iba a desmayar en cualquier momento. El hermano le seguía diciendo al padre que por favor les de todo.

La madre no dejaba de llorar y le rogaba al padre que les dé todo de una vez, mientras nos decía a nosotros que por favor no los lastimáramos.
Pasado un momento, y sin saber bien porque, me acerqué de dos pasos a la mesa, saqué el revolver de juguete que siempre llevo para asustar, y se lo puse en la cabeza al padre gritándole
-“Danos toda la guita o te quemo hijo de puta”
Fue un segundo, pero todo otra vez se quedó en silencio. Hasta el llanto de la madre se detuvo y todos nos quedamos mirando al padre que enmudeció, se puso pálido, más que la hija, y sin mediar palabra se levantó y abrió un cajón de la mesada. Yo apreté más fuerte el revolver en su sien cuando se movió, por el sobresalto de que se me escapara de las manos, y fue en ese momento que el hombre giro hacia mí y me entrego un sobre lleno de billetes y algunas monedas que al caer hicieron bastante ruido.
-“Acá está el sueldo que cobré hoy. No tengo más. Está todo ahí”
El Ñato pegó el tirón y me sacó el sobre de las manos. Miró un poco por arriba y dijo
-“Es cierto, hay bastante guita acá. Vamos”
-“Ustedes se quedan ahí sentaditos. No se muevan ni hagan nada hasta que nos hayamos ido”
Acto seguido los tres encaminamos hacia la puerta. Pude entrever que afuera el barrio seguía tan quieto como cuando entramos a la casa.
El Ñato salió primero, atrás Julián apuró el paso y yo empecé a caminar. Pero sin ningún aviso me di vuelta y en dos trancos me acerqué de nuevo al padre. Lo mire a los ojos y me miró. Entonces saqué el cuchillito ese que tengo en el bolsillo por las dudas y sin pensarlo dos veces, se lo clavé bien profundo en la pierna.
 Salí corriendo. Julián me estaba esperando con la puerta abierta y se quedó paralizado cuando vió lo que había hecho. El Ñato gritó que corramos y los dos lo seguimos sin chistar.
Cuando estuvimos a salvo, ya nuevamente del otro lado de la calle, nos metimos por los pasajes de nuestro barrio donde los pibes se estaban fumando un faso y ni siquiera se dieron vuelta a mirarnos.
Después de un rato largo de estar en silencio los tres, Julián sin levantar la vista me dijo
-“¿Que hiciste Negro?”
 El Ñato no dijo nada. Solo levantó la cabeza y me miró fijo, como esperando una respuesta. Yo me quedé un rato en silencio. No podía sacarme de encima esa sensación rara y la cara de los hijos de ese hombre que solo mostraban desesperación.
Al final de un rato dije bajito 
-“¿Qué clase de padre es él que le importa más su vida que la de sus hijos?”
Entonces levanté la vista y los miré a los dos que casi no habían escuchado mi susurro y les tiré
-“Debería haberlo matado, Para que aprenda!”
Todos nos quedamos en silencio nuevamente. Ya estaba anocheciendo cuando cada uno se enfilo para su casa. Nunca volvimos a hablar de esa tarde.