Te vi llegar, como ausente…la mirada perdida, sin rastros de
aquella sonrisa que solía dibujar en un gesto tan particularmente tuyo tu
rostro. Ese gesto único que bastaba para iluminar el alma y encender mis días.
Entendí que algo sucedía,
pero no quise preguntar…a tu silencio, se sumó el mío que intentaba no llenar
espacios con preguntas que algo dentro mío anunciaba que no eran para el
momento.
Nació la noche y tu ausencia se hizo más presente aun. No
podía comprender que extraño misterio opaco tu mirada, pero intuí que algo tenía
que ver con la tristeza que se impregnaba en el ambiente que ahora parecía tan
frío y desolado.
Me pregunte a mí misma si ese ajeno sentimiento era parte
de nuestra mutua compañía. Y no encontré
nada. Ni un solo indicio que me permitiera entrar en tu no estar estando a mi
lado.
Descanse mi mano sobre la tuya, tratando de que mi piel te
transmitiera que yo estaba ahí. Pero un novedoso muro me impidió entrar a tu universo
cerrado de amargura.
Nos fuimos a dormir sin palabras y sin promesas de sueños
compartidos.
Una noche oscura que hizo de nuestra cama un maremoto de
movimientos inquietos, distantes.
Ningún dormir pudo calmar la sensación de
desvelo que provocaba tu ausencia dentro de mi cama.
Y amaneció sin caricias, ni los repetidos te quiero que
alegraban mis mañanas…
Te fuiste así, sin decir siquiera que estabas mal, que no
podías decir... Sin palabras.
Nunca supe que paso aquel día. Y aunque hubo muchas risas
más, muchas caricias y nuevas promesas compartidas, jamás pude entender que misterio te
alejo de mi lado y te llevo tan lejos de mi aunque aún estas conmigo.