Es curioso ponerse a pensar sobre esto hoy...
Bastaba con decirle lo que me pasaba para que sus palabras suaves pronunciaran un: “¿no será que...?” devolviéndome al instante un punto de vista que no había tenido en cuenta y que aclaraba la situación.
Indudablemente a mi enigma siempre le venía bien su interpretación
Y si bien había como una magia en todo eso, a veces, tengo que decirlo, me enojaba. No es fácil aceptar que otra persona tenga tanto saber sobre vos. O mejor dicho que te conozca tanto que parece que estuviera leyendo tu pensamiento justo en el momento mismo en que se va armando y está a punto de salir.
Cuando entendí que no estaba en mi cabeza, sino que su sabiduría y su forma de mirar podían leer en mis palabras lo que yo no llegaba a ver, descubrí en mi la causa primera de la pasión de escuchar.
Fue difícil perderla, cuando todavía estaba ahí. Porque más allá de haber entendido, estaba la certeza de que alguien en este mundo realmente me conocía.
A eso yo lo llamo “estar a casa”.
Entrar ahí y que todo sea desconocido es una experiencia que no le recomiendo a nadie. Todo es lo mismo, pero cuando buscas dentro de cada cajón, miras en cada estante, no hay nada de lo que era.
La casa es la misma, pero está vacía.
Bucear en cada rincón y encontrar solo una caricia perdida que sus manos te regalan, es entrar en un mundo irreal. Y pones tu cabeza en su falda, y la recibís sabiendo que tal vez es la última. Pero el: “¿no será que...?” por el que ibas sin saberlo, ya no está. Solo quedan los gestos cariñosos y la alegría de verte. Esa misma alegría que ya no vas a ver en nadie más.
Es curioso pensarlo hoy, porque siempre cuando las cosas estuvieron mal, iba a encontrarla. Y ese era mi oasis en medio de tanto desierto. Arenas en las que suelo perderme buscando ese remanso que ya no está.
Nada lo reemplaza. Sera por eso que me siento tan perdida cada tanto?
Mil veces al día repito el ejercicio de tomar las palabras de alguien y combinarlas de un modo tal que cuando las devuelvo el sentido es otro. Y la magia casi siempre ocurre. Creo que es la forma que encontré de tenerla cerca de mí. Dentro mío. Conmigo para la eternidad.
De algún modo reproduzco cada vez la misma pregunta que me organiza, que me habla, que me habita y me pone en acción.
Y entonces me convierto en mi propio oráculo al tiempo que juego con pausas a la pregunta: “¿no será que...?” que me voy haciendo a mí misma, que le voy regalando a otros, aunque aquel acto de magia siempre quede vacante.
Mi pregunta no tiene respuesta, ya lo sé. Pero era lindo jugar a que la tenía. Y a que podía recuperar la calma y tomar fuerzas para volver a salir.
Y todo vuelve a empezar.
Eso sí, sus caricias no están más...